miércoles, octubre 02, 2013

Elías Nandino no se olvida

Para Don Cellini,
que seguro lo apreciará,
aunque no nos conozcamos. 


Ya han pasado 20 años.
 
Un día (algunos meses antes) llegó a mi casa una revista vieja de teléfonos (Voces de México). La hojeé -yo siempre hojeaba todo-. En medio, había una enjuta sección de cultura, con unos cuantos fragmentos de un poema. Algunas semanas después, mi maestro de oratoria, en una de tantas pláticas después de la clase, mientras los demás jugaban basquet o futbol, mencionaba algo de un poeta, contemporáneo de Los Contemporáneos.
 
En mi vida suelen pasar cosas anodinas, pero sin las cuales no pasarían los más memorables momentos. Esos dos instantes, sin nada que ver entre ellos, son de los más representativos.
 
En esos meses de 1993 yo había dejado la secundaría, esa jungla desquiciante de la cual quién sabe cómo se sobrevive, pero que todos los días posteriores quisiera uno regresar a ella.
 
En la Biblioteca México, a las orillas de la Ciudadela, había puestos de libros viejos y revistas, y yo era "casi" cliente frecuente. Casi, porque siempre me paraba a husmear, incluso preguntaba precios, pero nunca tenía el dinero suficiente como para que los libreros y yo quedáramos satisfechos.
 
A veces, sólo a veces, podía llevarme una revista vieja. Hojeando una Macrópolis, salió una entrevista a Elías Nandino, como de un año antes. Las piezas se estaban uniendo, pero como siempre he sido despistado, seguía sin darme cuenta.
 
 
 
Luego ya caí en la cuenta que el apellido lo había oído antes. Claro, era el mismo que nos había platicado el maestro Jaime y, claro, era el mismo de esa revista usada que quién sabe cómo y quién sabe por qué llegó a mi casa, donde nadie más leía y donde ni teléfono había.
 
En la biblioteca busqué libros de Nandino, pero no había gran cosa. Uno encontraba a Og Mandino pero no a Elías Nandino; en la sección de Poesía, de la "M" uno pasaba directo a Neruda. Sin embargo, algo habré encontrado, porque a la siguiente clase le dije al maestro: "se acuerda del escritor que nos contó, pues en mi casa tenía una revisa vieja y en la revista vieja había un poema de él". Y pasó. Ya era una buena anécdota hasta ahí.
 
Pero luego de unos días más, semanas seguramente, mientras yo ya iba de salida -otra vez- de la Biblioteca México, curiosamente me encontré al maestro Jaime que iba tal vez hacia allá mismo.
 
Me dijo algo de que lo mandarían en unos días a Guadalajara a hacer un reportaje sobre las explosiones del año pasado. Tenía agendada una entrevista con el gobernador o algo parecido. Y así, como de pasada, salió algo de que Nandino vivía muy cerca de Guadalajara y que podría ir yo y pedirle una entrevista.
 
Los días siguientes los pasé esbozando preguntas. Para entonces, el tema Nandino ya no era nuevo, porque casualmente ya me había leído algunas otras entrevistas y al menos cuatro o cinco libros suyos, así que aunque nunca me había pasado por la cabeza la posibilidad de conocerlo y menos entrevistarlo, tampoco me había quedado sólo con su apellido infrecuente en la memoria.
 
 
 
En lo que no había reparado -nunca he sabido cómo hace uno para anticiparse a ese tipo de detalles-, es que a mis poco más de 15 años jamás había salido de casa, no tenía ni idea de dónde estaba Guadalajara y menos Cocula, y todavía menos sabía cómo iba a llegar con Elías Nandino y decirle "oiga, vine a entrevistarlo". Más aún, con qué dinero iba a pagar el traslado, el alojamiento, la comida.
 
Lo mínimo que debería haber hecho para esas horas era preparar una maleta y, supongo, avisar en casa. Pero no. Tenía más que listos unos libros y revistas, una pluma y varias hojas blancas con múltiples preguntas tachadas y numeradas. Y una mochila. Creo que era un miércoles por la noche cuando les dije a mis papás que al otro día, bien temprano, me iba a Guadalajara. Tres días. Más o menos. Y que si me daban algo de dinero, nada más para el pasaje.
 
Afortunadamente no había tiempo para pleitos, discusiones o mayores explicaciones, ya que no había hecho la maleta y de todas formas me iba a ir. Así que esa noche preparé ropa para tres días y nada más.
 
Llegué a Guadalajara por la tarde y ahí me esperaba el maestro Jaime. A él le pagaban el viaje en el periódico donde trabajaba y el hospedaje para ambos estaba apalabrado con el gobernador, oficialmente él era el reportero y yo el fotógrafo.
 
Al día siguiente, muy temprano, preguntamos cómo llegar a Cocula. Llegamos a Cocula y preguntamos cómo encontrar a Elías Nandino. Al principio nadie sabía, pero después de tres o cuatro personas alguien nos dijo que a unas cuadras estaba su casa. Llegamos, pero no era su casa; lo había sido cuando nació, pero ya no. Luego de preguntar otras más veces, nos dijeron que otras cuadras más para allá estaba una casa de cultura. Y fuimos.
 
En todos lados se llaman "casas de la cultura" o "casas del poeta", pero ahí era la "Casa de la Poesía". Tampoco era la casa de Nandino, resulta que unos años atrás la había donado al pueblo y él se había ido a terminar de vivir con una sobrina, varias, muchas calles más allá.
 
Pudimos tomar algunas fotos. Recuerdo un árbol de naranjas en medio del patio y en la parte alta una terraza desde donde se veían los tejados marrones de las casitas coculenses.
 
¿Y la casa de Nandino? "El doctor Nandino -nos dijeron-, esta muy grande (tenía 93 años) y ya no sale, pero si van a platicar con él le va a dar gusto". Nos llevó Jaime Hernández, exalumno suyo, que en ese entonces atendía la Casa de la Poesía.
 
Caminamos varias cuadras de banquetas estrechas y llegamos a una casita azul. Pasamos, preguntamos a la familia si podíamos hablar con el poeta. Le preguntaron y dijo que sí.
 
 
 
 
A gritos nos presentamos, saqué la grabadora prestada y empezamos a platicar. Nandino oía muy poco y se cansaba mucho. De tanto en tanto pedía que termináramos, pero unos segundos después se acordaba de algo, empezaba a hablar y la entrevista continuaba. Volvía a preguntarnos quiénes éramos y le volvíamos a decir. Así se nos fue la tarde.
 
Nos pidió finalmente que regresáramos al día siguiente. Estaba muy contento de recordar cosas y por lo visto algo dentro de su mente quería seguir recuperando nombres, lugares y fechas, aunque su cuerpo nonagenario se opusiera.
 
 
 
Mi maestro tenía también que regresar a trabajar. Yo ciertamente no, así que dije que volvería al día siguiente. Quién sabe cómo dimos después con un sobrino del poeta que tenía un hotel y que se ofreció a hospedarme por esa noche, para que no tuviera que regresar a Guadalajara y volver por la mañana. Y dije que sí. El maestro Jaime regresó a la ciudad, tenía que reportear. Yo me quedé a aprender qué cosa quería decir eso.
 
En los pueblos todo se sabe. Al día siguiente ya no pude ver al poeta -estaba indispuesto-, pero pasé toda la mañana entrevistando gente que quería contar su historia con Nandino. Resulta que medio pueblo se enteró que alguien del DF estaba en Cocula preguntando por el doctor Nandino. Para ellos era el doctor, no el poeta.
 
Los niños le decían "el doctor de los dulces" y había una pintura, que uno de ellos hizo, donde lo retratan en toda su generosidad con la gente de su pueblo. Me enseñaron fotos y periódicos de poesía que Nandino editaba y donde publicaba poemas de sus alumnos, a quienes les enseñaba a escribir poesía.
 
 
 
Una maestra de primaria, uno de sus últimos alumnos de sus talleres literarios, un sobrino médico, una abuelita que lo conoció de joven porque iban a las mismas fiestas. Alguien incluso mencionó que estudiaba Literatura en la Universidad y que ese día decidió que haría su tesis sobre Nandino. Vi también libros de su biblioteca personal, dedicados y firmados por sus autores. Yo la verdad no daba crédito a todo lo que me estaban contando, a todo lo que me estaba pasando.
 
Por la tarde regresé a Guadalajara con muchas cintas grabadas y varias hojas con apuntes. Ninguna foto, porque la cámara había regresado a Guadalajara en espera de un reportaje que nunca se concretó, por la agenda del político por el que originalmente había empezado el viaje.
 
Ahí en Guadalajara vimos un cartel -que posible pero improbablemente aun conserve en casa- del Premio Nacional de Periodismo Juvenil de ese año, dedicado a Elena Poniatowska.
 
No diré mucho más del viaje, excepto que los tres días se convirtieron en cinco, el funcionario que iba a pagar el hospedaje nunca apareció, la cámara iba a quedarse empeñada para pagar el hotel, las maletas iban a salir de incógnito por alguna ventana o de plano quedarse y, finalmente, mediante una espontánea, escurridiza y veloz huida, escapamos del hotel y de la ciudad de regreso al DF con todo y cámara, maletas y apuntes. Con mucha hambre también.
 
Todo eso fue en los primeros días de julio. En unos días cerraba la convocatoria al premio recién descubierto, pero si me apuraba podía meter la entrevista a concurso. Me apuré. Mi maestro acababa de tener dos hijos gemelos y me dejaba estar en su casa -a veces cuidándolos- toda la mañana, transcribiendo la entrevista y dándole forma.
 
No sé cuántos días habrán sido, pero yo tenía que llegar muy temprano a su casa, antes de que él, su esposa y los niños salieran; y me iba hasta la noche, cuando todos regresaban. Antes de irme, él revisaba pacientemente el texto y me hacía sugerencias.
 
Terminé justo un día antes del cierre de la convocatoria. Me inventé el pseudónimo que siempre me ha traído buena suerte desde entonces y entregué un paquete con las copias respectivas.
 
A finales de septiembre me avisaron que el texto había sido seleccionado por el jurado y que a los pocos días sería la premiación. Resulta que entre los otros ganadores estaba una poeta, Roxana Elvridge, que tres años antes había sido Premio de Poesía Elías Nandino. Ese año todo era Nandino, por lo visto.
 
Tenía pensado, con el premio, regresar a Cocula y agradecerle personalmente al doctor Nandino, pero ya no se pudo, porque cuatro días después falleció.
 
A decir verdad, Nandino siguió rondándome todavía después del 2 de octubre de su muerte. Por Roxana -aunque ella seguro no lo recuerda- conocí a otros poetas que lo recordaban con afecto, pero que no mencionaré porque ellos con mayor seguridad todavía menos me recuerdan.
 
Luego, leí otras entrevistas en otras viejas revistas, sus biografías autorizadas y no autorizadas, y comprobé que mi texto no tenía nada nuevo, nada sorprendente, ni original; pero eso no importaba, porque aunque probablemente muchas veces le habían hecho las mismas preguntas y él las había respondido de manera muy similar, ese fin de semana en que me lo contó todo, todos -él, yo, mi maestro, sus amigos- éramos parte de un momento que nunca más se iba a repetir.

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Poema Prefacio

No me importa
cómo juzguen mi vida,
yo traté de vivirla
haciendo estrictamente
lo que a ella apetecía.

No hubo deseo,
tentación o capricho
que no le realizara
con eficaz esmero.

Y fuera lo que fuera,
al tiempo de cumplirlo,
lo transformé en ensueño.

Por ella fui lascivo
y no he dejado puro
ni un poro de mi cuerpo.

Fue tal mi apego
a los desmanes
de su carnal orgía,
que a mis ochenta y dos años
de su infierno en ruinas
aún estoy creando mi poesía.

Elías Nandino. Erotismo al rojo blanco
1983

lunes, julio 29, 2013

Sueño de mujer repetida, con música de fondo

Canción en un sueño:
 
Me gustan las fotos
que toma la gente
[arriba del mar]
[encima del mar]
y las...

Después o antes o durante la canción, estaba yo parado sobre la arena de un desierto o de una playa. Alrededor había gente, poca gente; caminaban de un lado a otro, mujeres y niños principalmente.
 
Yo veía a una mujer caminando hacia mí. De lejos era como una acuarela, parecía alguien que conozco, pero, como en una acuarela, no se distinguían los rostros. De lejos era alguien conocido (Amaranta) y de cerca no era nadie. Era una acuarela caminando, como en un corto animado. Tenía un vestido largo.
 
Cuando se acercaba y veía que no era ella (siempre no caminaba hacía mí, sino que pasaba de lado, frente a mí), veía que atrás estaba Sol. También caminaba, pero no era una acuarela, porque la distinguía bien, tanto de lejos como de cerca.
 
Notaba que pasaba de izquierda a derecha, al principio lejos y poco a poco cerca de mí, pero pasando de largo, como si no me viera (tal vez yo no estaba ahí, sólo veía lo que pasaba).

Luego, me daba cuenta que Sol pasaba, desaparecía y de nuevo volvía a aparecer a lo lejos, de izquierda a derecha, de lo lejos hacía cerca de mí, pasando y desapareciendo, una y otra vez.
 
Pero en cada vuelta Sol no era la misma, llevaba ropa distinta, vestidos o faldas diferentes, alguna tela en la cabeza; además, ya no caminaba, la arena ya no era de desierto sino de mar o de río (eran aguas calmadas, sin olas).
 
En esta parte –cuando Sol se acercaba, se metía al agua, nadando y desaparecía–, se suponía que volvía a salir, a mi derecha, pero ya no le veía la cara. En ese momento otra Sol a lo lejos se acercaba, sonriendo, nadando o caminando, con sus múltiples vestidos. Yo me daba cuenta y me decía a mí mismo que siempre que la soñaba venía de izquierda a derecha y que cuando la viera se lo diría. Eso no es cierto, pero en el sueño yo aseguraba que así era: que siempre, en todos los sueños, aparecía acercándose desde la izquierda.
 
Habrán sido unos seis o siete ciclos (o tal vez más pero, ahora que escribo, diez o doce me parecen demasiados). Cuando pasaba nadando cerca de mí, creía (o esperaba) que al salir me vería y me hablaría, pero eso no pasaba. Yo ya no alcanzaba a verla salir, porque ya había otra a lo lejos o porque cuando salía sólo podía verla de espaldas y alejarse (y a lo mejor ya no era ella, porque sólo estaba seguro de que era ella cuando venía, ya que la reconocía, pero una vez que se iba ya no podía estar seguro.
 
No sentía frustración porque no me hablara (tal vez no me reconocía o tal vez no me veía). A lo mejor un poco al principio, pero luego ya no, cuando la arena era agua. Yo creo que en ese momento ya sabía que estaba soñando, porque no me sentía mojado, era como si no estuviera ahí, sino solamente lo viera.
 
En cada ciclo de Sol pasando era como si ella fueran las olas. No había olas, el agua estaba muy tranquila, pero lo único que se comportaba como una ola era Sol acercándose y disolviéndose. Apareciendo y desapareciendo, o al revés, desapareciendo y apareciendo de nuevo. Con su distinta ropa gitana, desde distintas distancias, pero siempre a la izquierda. Pero si ella era las olas, las olas venían de la playa al mar y no al revés, porque desde donde yo veía todo era a unos metros de alguna supuesta playa. Atrás mío debía estar el océano (o aguas más profundas), aunque no lo veía ni lo sentía.
 
Había más gente alrededor, pero eran personajes secundarios, mujeres y niños, pero nadie conocido.
 
Y la canción –esa canción de sabor salado, del principio–, seguía ahí cuando desperté. Para no olvidarla la escribí, luego me fui acordando de todo lo demás.
 

miércoles, agosto 01, 2012

Las cucarachas de la colonia Roma

Gordas,
rojas,
voraces,
dueñas de la calle
-de estas calles-.
En su minúsculo mundo
deben ser las asesinas
de insectos menores,
las que le roban la comida a las hormigas.
En nuestro mundo
-sólo un tanto menos insignificante que el suyo-
son las que gobiernan
a nivel de piso
por las tardes
y la noche entera,
hasta que la luz llega
con las pisadas gigantes
de la gente que sale de sus casas
y de más gente que entra a las oficinas,
como si de nosotros fuera
este territorio de restos de comida
-tributo que sin embargo ofrecemos cada día,
religiosamente,
a estas diosas grotescas
a quienes tanto tememos
porque nos sabemos hechos
a su imagen y semejanza-.


Fénix 36

martes, abril 24, 2012

Dumbala Laika & Le Chant De La Paix

A ver, sí, cantemos todos:



Dumbalalaika
Shteyt a bokher, un er trakht
Trakht un trakht a gantse nakht
Vemen tzu nemen un nisht farshemen
Vemen tzu nemen un nisht farshemen

Tumbala, Tumbala, Tumbalalaika
Tumbala, Tumbala, Tumbalalaika
Tumbalalaika, shpil balalaika
Shpil balalaika, freylekh zol zayn
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Le chant de la Paix
A izza i ana sacranou
A izza i ana sacranou
Askaratni kaasoun kaasoun khalidah
Ana mal' anou bihoubbinn raasikhinn
Lan yatroukani abada
Ana mal' anou bihoubbinn raasikhinn
Lan yatroukani abada

Kim shoyn lied
Kim shoyn lied
Hayss men zol trinken
Zikh oupshikeren
Fil yeder bekher
yaaaa...
Vouss trinkt zikh oyss

Hatta tamtali'aal arnahou houbba
Hatta tamtali'aal arnahou houbba

Hatta tahriqa jaloudana
Naarou, naarou l houbbi
Hatta tahriqa jaloudana
Naarou, naarou l houbbi

Ida ma faraghna min anfousina
Namtali a houbba

A izza i ana sacranou
A izza i ana sacranou
Askaratni kaasoun kaasoun khalidah

Ana mal' anou bihoubbinn raasikhinn
Lan yatroukani abada
Ana mal' anou bihoubbinn raasikhinn
Lan yatroukani abada

Ana mal' anou bihoubbinn raasikhinn
Lan yatroukani abada
Ana mal' anou bihoubbinn raasikhinn
Lan yatroukani abada

Av de gilija
Vorba pijasz te avasz
Li anna qalba mann
Lam yahtariqa houbbann

Av de gilija
Vorba pijasz te avasz
Birevurja
Te amende

Lann yarifa lann yarifa
Asraara l houbbi
Lann yarifa lann yarifa
Asraara l houbbi

Te perguvas kamipe

In vert kaynmoul nisht vissn
Di aynskayt fin ayns tse zahn

Walann yarifa abadann
Wihdata l waahidi

Walann yarifa abadann
Wihdata l waahidi
Walann yarifa abadann
Wihdata l waahidi
Walann yarifa abadann
Wihdata l waahidi

viernes, marzo 23, 2012

Porque el tango no se canta, porque al tango se lo dice


Alguien, a lo mejor, leyó este post mío de hace seis años: Quién hubiera dicho.






Me emociona mucho que me pasen cosas que después, resulta que me pasaron para que pasaran otras más cosas, mejores aún que las anteriores. Hechos que podrían no haber ocurrido, momentos que pudieron haber sido otros o pasar desapercibidos y no tener relevancia futura.



Hoy es uno de esos días [menos mal que nunca he creído en esas patrañas del destino]: en dos semanas escucharé en vivo a Adriana Varela, luego de un intento frustrado por verla en el Ateneo de Buenos Aires en 2009.




Nada de esto habría pasado –ni tendría sentidosi, antes, no me hubiera encontrado por casualidad con su música, en un feliz reencuentro mío con el cine de Carlos Saura; si Joaquín Sabina no me la hubiera puesto a la vista con "esa boina calada, al estilo del Che"; si Buenos Aires no hubiera sido como contaba –y "hoy fui a pasear, y al llegar a la Plaza de Mayo me dio por llorar, y me puse a gritar dónde estás"–.



Hace unos sábados felices, contentos, cantábamos a la Varela mientras caminabamos de noche por la colonia Roma. "¿Quién diablos anda cantando tangos en pleno camellón de Álvaro Obregón?", me preguntaba esa vez. Ahora comprendo que no andábamos cantando nomás porque sí, le estábamos mandando una invitación para que viniera a cantar con nosotros –"cantar, siempre cantar"–.

¡Qué cosas hermano, que tiene la vida!... a contar los días para estar con la Gata Varela. Y mientras tanto: "ya ves, el día no amanece, Polaco Goyeneche, cantame un tango más"...






viernes, febrero 17, 2012

De plagios, premios y otros pleitos escolares

Aunque nadie me lo pidió, aquí van mis muy personales comentarios con respecto al tema éste de los plagios, los premios y los cargos administrativo-culturales:

1.- Todo plagio es condenable, lo haga quien lo haga e independientemente de cuándo, dónde y cómo lo haga. Incluso si se realiza sobre aviso e incluso si se hiciere involuntariamente o sin pretensión de dolo (suponiendo que esto fuera posible).

2.- Todo premio es injusto, incluso los bien merecidos. Como en cualquier competencia, termina con unos pocos ganadores y varios más, bastantes, perdedores. Quién sabe si, realmente, pueda entregarse algún premio como resultado de la objetividad, quién sabe si -dando por hecho la objetividad de “jurados-que-son-sujetos”- pudieran existir órdenes de magnitud para calificar a los artistas y a sus obras: “x” es más poeta que “y” (medido en gramos); tiene menos novelosidad este título que este otro (revise usted la textura); el cuento “a” y el cuento “b”, como se puede apreciar, alcanzan una media de 36 grados de narratividad, debido a lo cual sus autores compartirán el premio ante este, nunca mejor dicho, empate técnico de sus creadores.

3.- Los premios de arte y cultura, contra lo que pueda suponerse, están muchas veces más emparentados con un desfile de modas o con un concurso televisivo que con la literatura, el arte o la cultura. Son competencias donde, a veces, se juega sucio, se utilizan esteroides, se toman atajos; gana “el que más algo”, pierde el que no alcanzó un puntaje, incluso el que siendo “el mejor”, el “más preparado”, el del “curriculum más extenso”, tropieza de último momento, sucumbe al viento, enferma inesperadamente; gana en cambio el de los más amigos, el de los menos enemigos, el de la reputación pública intachable, el de los vicios privados desconocidos.

4.- En términos de arte, una pieza de escultura del siglo XX americano no es equiparable a una obra musical del XIX europeo. El mercado puede pretender ponerles precio, el publico puede eventualmente someterlas a votación y democráticamente preferir una y no otra, pero aun así, ni el mercado ni la democracia son medidas adecuadas para diagnosticar el arte. Yo creo que tampoco la reputación moral, la solidez académica o la suficiencia política. Se parecen, pero son cosas distintas, esferas aparte.

5.- Todo funcionario -incluso si pertenece a una institución educativa- es, antes que nada, un empleado. Se desempeña en sus actividades como un médico en una clínica y como un vendedor en una empresa de seguros. Es su trabajo. Los hay poco, nada, bien y excelentemente calificados para su puesto; los hay quienes llegan luego de una entrevista laboral, quienes entregaron el curriculum más impresionante, quienes heredaron el puesto o quienes llegaron por recomendación. Aun así, se espera que quien ocupe el lugar vacío del organigrama en cuestión esté bien capacitado para las funciones que va a desempeñar; que tenga una experiencia previa comprobable, mejor aún si puede demostrar buenos resultados obtenidos en trabajos anteriores. Ayuda si trae un portafolios de muestra. Muchas veces es determinante su permanencia si se entiende bien con sus jefes, si es respetado por sus subordinados, si sus colegas le aprecian. Esto tampoco tiene que ver con el arte y tampoco es requisito la probidad moral de la persona. Bastaría en todo caso con su capacidad profesional, con cierta honestidad en el ámbito laboral y el más estricto apego a la legalidad y normatividad que le apliquen. Debe haber, con toda seguridad, excelentes servidores públicos que son unos sinvergüenzas con sus familias y verdaderos canallas en su afición deportiva que hacen más que redituables los servicios de la empresa en que laboran.

6.- Lamento todo lo ocurrido en días pasados con Sealtiel Alatriste. No lo conozco en el ámbito personal; le he visto (no en años recientes) en conferencias, presentaciones de libros y otros eventos culturales. Ocasionalmente le he leído y en mi ignorancia nunca he advertido los párrafos que tomó de otros. Lo poco que conozco de él me ha parecido interesante, ameno, incluso divertido; no atinaría a decir si quitándole párrafos, entrecomillándolos o agregándoles citas a pie de página, mi apreciación global sería distinta.

7.- Es posible que, de ahora en adelante, lo lea con otros ojos; es probable que me acerque a sus textos con alguna precaución indebida; a lo mejor incluso le atribuiré a alguna lectura previa el nombre de un próximo personaje, el título de un capítulo, la sentencia última de un artículo. Es incluso factible que si ese futuro texto suyo lo firmase con seudónimo baste para que yo lo lea otra vez con ingenuidad, sin estos incómodos prejuicios, y que, en suma, termine por gustarme o no gustarme más o menos en mismo grado, porque, después de todo, el texto sería el mismo.

8.- Gabriel Zaid es imposible. Cuesta trabajo imaginar cómo hace lo que hace, cómo escribe lo que escribe. Así como hay objetos de ornamento y objetos de primera necesidad, hay personalidades que son parte del paisaje y otras más sin las cuales ese paisaje no tendría movimiento. Es un bien escaso Gabriel Zaid, uno de esos bienes de los que preferiríamos tener más y no menos. A menudo nos abre los ojos, se toma la molestia de ahondar donde los demás no, ve las fisuras en los muros altos, convierte a sus lectores en el Dr. Watson del detective Holmes. “Elemental”, “la pista siempre estuvo allí”, parece decirnos en sus artículos. Celebro que Gabriel Zaid haga evidente todo plagio que sea capaz de detectar y –qué le voy a hacer- le creo incluso sin haberlo verificado yo mismo. Zaid sabe, como pocos, argumentar; en el arte marcial del ensayo es un cinta negra con la más amplia experiencia.

9.- A Sealtiel Alatriste se le acusa de plagio, luego de obtener el Premio Xavier Villaurrutia. Deshonra al premio, le recriminan. Según los “no-jurados” del mismo, la distinción se devalúa porque se la dieron a él -¿y no a quién?, por cierto-. Debería renunciar, le exigen (al premio y… ¡a su trabajo!, ya que andamos en esas).

10.- Percibo a sus detractores más molestos por el hecho de que le dieron el premio que por su inclinación a usar textos ajenos. Se presenta como un solo discurso pero, yo creo, son cosas aparte. Si su método de escritura es el plagio, la pena debería ser tener menos lectores o lectores más críticos, es más: editores más críticos, editoriales más exigentes, medios de comunicación menos ingenuos. Pero cuando cambie de método, que se le reconozca; cuando un texto suyo esté bien escrito –y escrito con sus propias palabras- tendríamos que ser consecuentes y restaurar el mérito que hoy le estamos cuestionando a su obra toda, a su trabajo todo, a su persona toda.

11.- Ahora bien, si el oprobio obedece a haberle dado el premio, ¿el delito no debería recaer en el jurado?: o el árbitro estaba vendido o resultó incompetente. Esta acusación, por cierto no explícita, a mí me parece más grave que señalar con el dedo a un plagiario. Copiar en las tareas es indigno, comprar una calificación (y venderla) es ilegal. Si dentro de las bases del premio, y en el entender del jurado, no se contraviene ningún precepto con otorgárselo a Sealtiel Alatriste, me parece que él tiene derecho a conservarlo. Posiblemente muchos otros escritores lo merezcan más, seguramente yo le hubiera dado mi voto a algún otro si hubiera formado parte del jurado; pero no fue así. Ceder a la presión pública para retirarle el premio equivale para mí a dárselo a algún otro escritor con mayor rating –y quién sabe si con mayor mérito-: “Sealtiel Alatriste, estás nominado; las reglas cambian y en el juego del Big-Brother tus compañeros ya no te quieren en la casa. Todo lo demás no importa, en Twitter ya se votó, el público ya llamó”.

12.- Cuando era estudiante, siempre me cayeron mal los que copiaban en los exámenes, los que le pedían a uno la tarea para presentarla ellos después. Imagino que así ven a Sealtiel Alatriste sus colegas escritores. Debo confesar que así veo, desde lejos, este asunto del plagio de los últimos días: casi como un pleito escolar -aunque entiendo la magnitud del asunto-. Es grave lo que ha ocurrido sobre este tema, un lamentable juego de suma cero. No veo triunfo ni justicia algunos para la Literatura mexicana, para la burocracia cultural del país, para el arte puro, ni para la gente bien, con la declinación al Premio Xavier Villaurrutia por parte de Sealtiel Alatriste, ni con su renuncia a su cargo en la UNAM. Ojalá en lo sucesivo las oficinas de Difusión Cultural tengan un titular más capaz, ojalá el premio se otorgue con mayor pluralidad, transparencia y legitimidad. Nada de esto, sin embargo, tiene que ver con que Sealtiel Alatriste tome párrafos prestados y no nos avise (incluso si nueve de cada diez personas opinasen lo contrario).