miércoles, septiembre 08, 2004

Rompecabezas

Los cipreses ensimismados a las cuatro de la mañana;
el polvo que me habita en los hombros cansados;
mi cárcel de desierto, profilaxis;
soy costra, sangre coagulada.

Los jardines de la casa, las hormigas;
comezón en la espalda para las uñas de los dedos;
una voz que susurra canciones ajenas;
mi vida, historia cancelada.

Los vapores de nuestros cuerpos sudorosos;
tus cabellos ondulados a la altura de tus pechos;
tus brazos largos y delgados;
tu espalda entre mis manos;
mi boca sedienta, la tuya manantial;
estertores dispares de una sola persona:
dos en eclipse transformados por segundos eternos.

El placer de beberte, mi rostro aprisionado;
tus piernas -las rodillas- sostén del juego;
mis ojos cerrados y los tuyos observando;
dos silencios detenidos, esperando en desespero;
un dolor de pecho, muy ligero, placentero.

Quedo sordo ante tus mieles,
satisfecho e insatisfecho,
vuelto nuevamente venas encrispadas,
epidermis hirviente,
soledad sin refugio,
súplica que convence.

El comienzo inventado de nuevo,
la memoria tatuada,
los derechos reservados;
tu presencia evaporada:
líquida Cenicienta,
cuento de hadas,
retazos de tela.

Fénix 36

viernes, agosto 27, 2004

2004, el año desierto

Comienzo este registro cotidiano reconociendo que este año es un desierto, no sé si un desierto de arena o un desierto de nieve, pero en definitiva no hay vida a mi alrededor.

Sin tiempo para mi, ni para mis amigos, sólo me queda llegar al fin de este recorrido que tanto prometí­a y que en tan poco se realizó.

En 2005 confí­o en tener más cosas que contar.

Carlos en el desierto.