Me gustan las fotos
que toma la gente
[arriba del mar]
[encima del mar]
y las...
Después o antes o durante la canción, estaba yo parado sobre la arena de un desierto o de una playa. Alrededor había gente, poca gente; caminaban de un lado a otro, mujeres y niños principalmente.
Yo veía a una mujer caminando hacia mí. De lejos era como una acuarela, parecía alguien que conozco, pero, como en una acuarela, no se distinguían los rostros. De lejos era alguien conocido (Amaranta) y de cerca no era nadie. Era una acuarela caminando, como en un corto animado. Tenía un vestido largo.
Cuando se acercaba y veía que no era ella (siempre no caminaba hacía mí, sino que pasaba de lado, frente a mí), veía que atrás estaba Sol. También caminaba, pero no era una acuarela, porque la distinguía bien, tanto de lejos como de cerca.
Notaba que pasaba de izquierda a derecha, al principio lejos y poco a poco cerca de mí, pero pasando de largo, como si no me viera (tal vez yo no estaba ahí, sólo veía lo que pasaba).
Luego, me daba cuenta que Sol pasaba, desaparecía y de nuevo volvía a aparecer a lo lejos, de izquierda a derecha, de lo lejos hacía cerca de mí, pasando y desapareciendo, una y otra vez.
Pero en cada vuelta Sol no era la misma, llevaba ropa distinta, vestidos o faldas diferentes, alguna tela en la cabeza; además, ya no caminaba, la arena ya no era de desierto sino de mar o de río (eran aguas calmadas, sin olas).
En esta parte –cuando Sol se acercaba, se metía al agua, nadando y desaparecía–, se suponía que volvía a salir, a mi derecha, pero ya no le veía la cara. En ese momento otra Sol a lo lejos se acercaba, sonriendo, nadando o caminando, con sus múltiples vestidos. Yo me daba cuenta y me decía a mí mismo que siempre que la soñaba venía de izquierda a derecha y que cuando la viera se lo diría. Eso no es cierto, pero en el sueño yo aseguraba que así era: que siempre, en todos los sueños, aparecía acercándose desde la izquierda.
Habrán sido unos seis o siete ciclos (o tal vez más pero, ahora que escribo, diez o doce me parecen demasiados). Cuando pasaba nadando cerca de mí, creía (o esperaba) que al salir me vería y me hablaría, pero eso no pasaba. Yo ya no alcanzaba a verla salir, porque ya había otra a lo lejos o porque cuando salía sólo podía verla de espaldas y alejarse (y a lo mejor ya no era ella, porque sólo estaba seguro de que era ella cuando venía, ya que la reconocía, pero una vez que se iba ya no podía estar seguro.
No sentía frustración porque no me hablara (tal vez no me reconocía o tal vez no me veía). A lo mejor un poco al principio, pero luego ya no, cuando la arena era agua. Yo creo que en ese momento ya sabía que estaba soñando, porque no me sentía mojado, era como si no estuviera ahí, sino solamente lo viera.
En cada ciclo de Sol pasando era como si ella fueran las olas. No había olas, el agua estaba muy tranquila, pero lo único que se comportaba como una ola era Sol acercándose y disolviéndose. Apareciendo y desapareciendo, o al revés, desapareciendo y apareciendo de nuevo. Con su distinta ropa gitana, desde distintas distancias, pero siempre a la izquierda. Pero si ella era las olas, las olas venían de la playa al mar y no al revés, porque desde donde yo veía todo era a unos metros de alguna supuesta playa. Atrás mío debía estar el océano (o aguas más profundas), aunque no lo veía ni lo sentía.
Había más gente alrededor, pero eran personajes secundarios, mujeres y niños, pero nadie conocido.
Y la canción –esa canción de sabor salado, del principio–, seguía ahí cuando desperté. Para no olvidarla la escribí, luego me fui acordando de todo lo demás.