miércoles, octubre 02, 2013

Elías Nandino no se olvida

Para Don Cellini,
que seguro lo apreciará,
aunque no nos conozcamos. 


Ya han pasado 20 años.
 
Un día (algunos meses antes) llegó a mi casa una revista vieja de teléfonos (Voces de México). La hojeé -yo siempre hojeaba todo-. En medio, había una enjuta sección de cultura, con unos cuantos fragmentos de un poema. Algunas semanas después, mi maestro de oratoria, en una de tantas pláticas después de la clase, mientras los demás jugaban basquet o futbol, mencionaba algo de un poeta, contemporáneo de Los Contemporáneos.
 
En mi vida suelen pasar cosas anodinas, pero sin las cuales no pasarían los más memorables momentos. Esos dos instantes, sin nada que ver entre ellos, son de los más representativos.
 
En esos meses de 1993 yo había dejado la secundaría, esa jungla desquiciante de la cual quién sabe cómo se sobrevive, pero que todos los días posteriores quisiera uno regresar a ella.
 
En la Biblioteca México, a las orillas de la Ciudadela, había puestos de libros viejos y revistas, y yo era "casi" cliente frecuente. Casi, porque siempre me paraba a husmear, incluso preguntaba precios, pero nunca tenía el dinero suficiente como para que los libreros y yo quedáramos satisfechos.
 
A veces, sólo a veces, podía llevarme una revista vieja. Hojeando una Macrópolis, salió una entrevista a Elías Nandino, como de un año antes. Las piezas se estaban uniendo, pero como siempre he sido despistado, seguía sin darme cuenta.
 
 
 
Luego ya caí en la cuenta que el apellido lo había oído antes. Claro, era el mismo que nos había platicado el maestro Jaime y, claro, era el mismo de esa revista usada que quién sabe cómo y quién sabe por qué llegó a mi casa, donde nadie más leía y donde ni teléfono había.
 
En la biblioteca busqué libros de Nandino, pero no había gran cosa. Uno encontraba a Og Mandino pero no a Elías Nandino; en la sección de Poesía, de la "M" uno pasaba directo a Neruda. Sin embargo, algo habré encontrado, porque a la siguiente clase le dije al maestro: "se acuerda del escritor que nos contó, pues en mi casa tenía una revisa vieja y en la revista vieja había un poema de él". Y pasó. Ya era una buena anécdota hasta ahí.
 
Pero luego de unos días más, semanas seguramente, mientras yo ya iba de salida -otra vez- de la Biblioteca México, curiosamente me encontré al maestro Jaime que iba tal vez hacia allá mismo.
 
Me dijo algo de que lo mandarían en unos días a Guadalajara a hacer un reportaje sobre las explosiones del año pasado. Tenía agendada una entrevista con el gobernador o algo parecido. Y así, como de pasada, salió algo de que Nandino vivía muy cerca de Guadalajara y que podría ir yo y pedirle una entrevista.
 
Los días siguientes los pasé esbozando preguntas. Para entonces, el tema Nandino ya no era nuevo, porque casualmente ya me había leído algunas otras entrevistas y al menos cuatro o cinco libros suyos, así que aunque nunca me había pasado por la cabeza la posibilidad de conocerlo y menos entrevistarlo, tampoco me había quedado sólo con su apellido infrecuente en la memoria.
 
 
 
En lo que no había reparado -nunca he sabido cómo hace uno para anticiparse a ese tipo de detalles-, es que a mis poco más de 15 años jamás había salido de casa, no tenía ni idea de dónde estaba Guadalajara y menos Cocula, y todavía menos sabía cómo iba a llegar con Elías Nandino y decirle "oiga, vine a entrevistarlo". Más aún, con qué dinero iba a pagar el traslado, el alojamiento, la comida.
 
Lo mínimo que debería haber hecho para esas horas era preparar una maleta y, supongo, avisar en casa. Pero no. Tenía más que listos unos libros y revistas, una pluma y varias hojas blancas con múltiples preguntas tachadas y numeradas. Y una mochila. Creo que era un miércoles por la noche cuando les dije a mis papás que al otro día, bien temprano, me iba a Guadalajara. Tres días. Más o menos. Y que si me daban algo de dinero, nada más para el pasaje.
 
Afortunadamente no había tiempo para pleitos, discusiones o mayores explicaciones, ya que no había hecho la maleta y de todas formas me iba a ir. Así que esa noche preparé ropa para tres días y nada más.
 
Llegué a Guadalajara por la tarde y ahí me esperaba el maestro Jaime. A él le pagaban el viaje en el periódico donde trabajaba y el hospedaje para ambos estaba apalabrado con el gobernador, oficialmente él era el reportero y yo el fotógrafo.
 
Al día siguiente, muy temprano, preguntamos cómo llegar a Cocula. Llegamos a Cocula y preguntamos cómo encontrar a Elías Nandino. Al principio nadie sabía, pero después de tres o cuatro personas alguien nos dijo que a unas cuadras estaba su casa. Llegamos, pero no era su casa; lo había sido cuando nació, pero ya no. Luego de preguntar otras más veces, nos dijeron que otras cuadras más para allá estaba una casa de cultura. Y fuimos.
 
En todos lados se llaman "casas de la cultura" o "casas del poeta", pero ahí era la "Casa de la Poesía". Tampoco era la casa de Nandino, resulta que unos años atrás la había donado al pueblo y él se había ido a terminar de vivir con una sobrina, varias, muchas calles más allá.
 
Pudimos tomar algunas fotos. Recuerdo un árbol de naranjas en medio del patio y en la parte alta una terraza desde donde se veían los tejados marrones de las casitas coculenses.
 
¿Y la casa de Nandino? "El doctor Nandino -nos dijeron-, esta muy grande (tenía 93 años) y ya no sale, pero si van a platicar con él le va a dar gusto". Nos llevó Jaime Hernández, exalumno suyo, que en ese entonces atendía la Casa de la Poesía.
 
Caminamos varias cuadras de banquetas estrechas y llegamos a una casita azul. Pasamos, preguntamos a la familia si podíamos hablar con el poeta. Le preguntaron y dijo que sí.
 
 
 
 
A gritos nos presentamos, saqué la grabadora prestada y empezamos a platicar. Nandino oía muy poco y se cansaba mucho. De tanto en tanto pedía que termináramos, pero unos segundos después se acordaba de algo, empezaba a hablar y la entrevista continuaba. Volvía a preguntarnos quiénes éramos y le volvíamos a decir. Así se nos fue la tarde.
 
Nos pidió finalmente que regresáramos al día siguiente. Estaba muy contento de recordar cosas y por lo visto algo dentro de su mente quería seguir recuperando nombres, lugares y fechas, aunque su cuerpo nonagenario se opusiera.
 
 
 
Mi maestro tenía también que regresar a trabajar. Yo ciertamente no, así que dije que volvería al día siguiente. Quién sabe cómo dimos después con un sobrino del poeta que tenía un hotel y que se ofreció a hospedarme por esa noche, para que no tuviera que regresar a Guadalajara y volver por la mañana. Y dije que sí. El maestro Jaime regresó a la ciudad, tenía que reportear. Yo me quedé a aprender qué cosa quería decir eso.
 
En los pueblos todo se sabe. Al día siguiente ya no pude ver al poeta -estaba indispuesto-, pero pasé toda la mañana entrevistando gente que quería contar su historia con Nandino. Resulta que medio pueblo se enteró que alguien del DF estaba en Cocula preguntando por el doctor Nandino. Para ellos era el doctor, no el poeta.
 
Los niños le decían "el doctor de los dulces" y había una pintura, que uno de ellos hizo, donde lo retratan en toda su generosidad con la gente de su pueblo. Me enseñaron fotos y periódicos de poesía que Nandino editaba y donde publicaba poemas de sus alumnos, a quienes les enseñaba a escribir poesía.
 
 
 
Una maestra de primaria, uno de sus últimos alumnos de sus talleres literarios, un sobrino médico, una abuelita que lo conoció de joven porque iban a las mismas fiestas. Alguien incluso mencionó que estudiaba Literatura en la Universidad y que ese día decidió que haría su tesis sobre Nandino. Vi también libros de su biblioteca personal, dedicados y firmados por sus autores. Yo la verdad no daba crédito a todo lo que me estaban contando, a todo lo que me estaba pasando.
 
Por la tarde regresé a Guadalajara con muchas cintas grabadas y varias hojas con apuntes. Ninguna foto, porque la cámara había regresado a Guadalajara en espera de un reportaje que nunca se concretó, por la agenda del político por el que originalmente había empezado el viaje.
 
Ahí en Guadalajara vimos un cartel -que posible pero improbablemente aun conserve en casa- del Premio Nacional de Periodismo Juvenil de ese año, dedicado a Elena Poniatowska.
 
No diré mucho más del viaje, excepto que los tres días se convirtieron en cinco, el funcionario que iba a pagar el hospedaje nunca apareció, la cámara iba a quedarse empeñada para pagar el hotel, las maletas iban a salir de incógnito por alguna ventana o de plano quedarse y, finalmente, mediante una espontánea, escurridiza y veloz huida, escapamos del hotel y de la ciudad de regreso al DF con todo y cámara, maletas y apuntes. Con mucha hambre también.
 
Todo eso fue en los primeros días de julio. En unos días cerraba la convocatoria al premio recién descubierto, pero si me apuraba podía meter la entrevista a concurso. Me apuré. Mi maestro acababa de tener dos hijos gemelos y me dejaba estar en su casa -a veces cuidándolos- toda la mañana, transcribiendo la entrevista y dándole forma.
 
No sé cuántos días habrán sido, pero yo tenía que llegar muy temprano a su casa, antes de que él, su esposa y los niños salieran; y me iba hasta la noche, cuando todos regresaban. Antes de irme, él revisaba pacientemente el texto y me hacía sugerencias.
 
Terminé justo un día antes del cierre de la convocatoria. Me inventé el pseudónimo que siempre me ha traído buena suerte desde entonces y entregué un paquete con las copias respectivas.
 
A finales de septiembre me avisaron que el texto había sido seleccionado por el jurado y que a los pocos días sería la premiación. Resulta que entre los otros ganadores estaba una poeta, Roxana Elvridge, que tres años antes había sido Premio de Poesía Elías Nandino. Ese año todo era Nandino, por lo visto.
 
Tenía pensado, con el premio, regresar a Cocula y agradecerle personalmente al doctor Nandino, pero ya no se pudo, porque cuatro días después falleció.
 
A decir verdad, Nandino siguió rondándome todavía después del 2 de octubre de su muerte. Por Roxana -aunque ella seguro no lo recuerda- conocí a otros poetas que lo recordaban con afecto, pero que no mencionaré porque ellos con mayor seguridad todavía menos me recuerdan.
 
Luego, leí otras entrevistas en otras viejas revistas, sus biografías autorizadas y no autorizadas, y comprobé que mi texto no tenía nada nuevo, nada sorprendente, ni original; pero eso no importaba, porque aunque probablemente muchas veces le habían hecho las mismas preguntas y él las había respondido de manera muy similar, ese fin de semana en que me lo contó todo, todos -él, yo, mi maestro, sus amigos- éramos parte de un momento que nunca más se iba a repetir.

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Poema Prefacio

No me importa
cómo juzguen mi vida,
yo traté de vivirla
haciendo estrictamente
lo que a ella apetecía.

No hubo deseo,
tentación o capricho
que no le realizara
con eficaz esmero.

Y fuera lo que fuera,
al tiempo de cumplirlo,
lo transformé en ensueño.

Por ella fui lascivo
y no he dejado puro
ni un poro de mi cuerpo.

Fue tal mi apego
a los desmanes
de su carnal orgía,
que a mis ochenta y dos años
de su infierno en ruinas
aún estoy creando mi poesía.

Elías Nandino. Erotismo al rojo blanco
1983