Gordas,
rojas,
voraces,
dueñas de la calle
-de estas calles-.
En su minúsculo mundo
deben ser las asesinas
de insectos menores,
las que le roban la comida a las hormigas.
En nuestro mundo
-sólo un tanto menos insignificante que el suyo-
son las que gobiernan
a nivel de piso
por las tardes
y la noche entera,
hasta que la luz llega
con las pisadas gigantes
de la gente que sale de sus casas
y de más gente que entra a las oficinas,
como si de nosotros fuera
este territorio de restos de comida
-tributo que sin embargo ofrecemos cada día,
religiosamente,
a estas diosas grotescas
a quienes tanto tememos
porque nos sabemos hechos
a su imagen y semejanza-.
Fénix 36
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