miércoles, septiembre 08, 2004

Rompecabezas

Los cipreses ensimismados a las cuatro de la mañana;
el polvo que me habita en los hombros cansados;
mi cárcel de desierto, profilaxis;
soy costra, sangre coagulada.

Los jardines de la casa, las hormigas;
comezón en la espalda para las uñas de los dedos;
una voz que susurra canciones ajenas;
mi vida, historia cancelada.

Los vapores de nuestros cuerpos sudorosos;
tus cabellos ondulados a la altura de tus pechos;
tus brazos largos y delgados;
tu espalda entre mis manos;
mi boca sedienta, la tuya manantial;
estertores dispares de una sola persona:
dos en eclipse transformados por segundos eternos.

El placer de beberte, mi rostro aprisionado;
tus piernas -las rodillas- sostén del juego;
mis ojos cerrados y los tuyos observando;
dos silencios detenidos, esperando en desespero;
un dolor de pecho, muy ligero, placentero.

Quedo sordo ante tus mieles,
satisfecho e insatisfecho,
vuelto nuevamente venas encrispadas,
epidermis hirviente,
soledad sin refugio,
súplica que convence.

El comienzo inventado de nuevo,
la memoria tatuada,
los derechos reservados;
tu presencia evaporada:
líquida Cenicienta,
cuento de hadas,
retazos de tela.

Fénix 36

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