Hoy no debería estar triste, pero estoy triste.
Ni la música entra en mis oídos, ni el trabajo atrasado me obliga a no pensar en mí, en lo que pasa, en lo que sigue pasando y no termina de pasar.
Como las vías de un tren, que presienten los vagones antes de que siquiera se acerquen, los resisten a su paso y aún cuando han terminado de cruzar por encima suyo, siguen temblando pero resistiendo. En mi caso, el tren está a mitad de paso y no termina de estar encima mío.
Pero hoy no había razón para entristecerse. En la mañana no estaba así. Ni ayer, siquiera.
Fue así, de repente, me empecé a sentir gris nublado. Puse música: rock, punk y surf, pero nada, hoy no la soporto.
Resulta que ando leyendo a Roberto Bolaño, nuevamente. Muy entretenidos sus cuentos de “Putas Asesinas”, con varias frases estupendas. Ayer pensaba en escribir en el blog sobre esas frases, pensaba que así podría actualizar el blog por una parte y por la otra escribir algo impersonal. Además, ayer no andaba ni triste ni desanimado.
Hoy, por hacer algo, volví a buscar a Bolaño en internet. Leí un textito de Juan Villoro y otro de su amigo Antoni García Porta: “Ha muerto un amigo. Para ustedes ha muerto uno de los grandes de la literatura, pero para mí se ha ido uno de los mejores amigos que he tenido. Un amigo de cafés, de tés y de cigarrillos, de ratos muertos, de silencios y de largas conversaciones, de sobreentendidos y de llamadas telefónicas”.
En realidad este último párrafo fue el que terminó de entristecerme. Ya lo había dicho antes, a Bolaño no lo conocí antes de su muerte, hace unos tres años, pero es como si sí lo hubiera conocido y como si apenas el día de hoy me hubiera enterado de su muerte y sintiera su ausencia con mucho pesar.
Tengo ganas de ir al café “La Habana”, del que tanto habla en el libro que leo. Curioso, nunca frecuente realmente ese lugar. En la secu, ya había oído hablar de él, que iban puros escritores y que era muy buen café el de ahí. En la prepa ya pude visitarlo, pero no vi realmente a nadie conocido.
El café sí era bueno, pero había puro viejito y a los 18 años no muchas amistades se sentían a gusto en un lugar así, por eso iba solo la mayoría de las veces. Me tomaba un capuchino y estaba atento de la gente que entraba y salía. No me gustaba ir por la noche, más que nada por la zona, así que llegaba entre las 5 y las 6, me quedaba una hora cuando mucho y luego me iba caminando a la colonia Roma, que sí me parecía más nocturna.
Aún ahora llego a ir a caminar a la Roma, de vez en cuando, pero a Bucareli no. Iré un día de estos, a ver qué pasa. Capaz que los viejitos ya no me parecen tan viejitos y a lo mejor ahora sí me encuentro a algún conocido. A Bolaño ya no, ni modos.
Ni la música entra en mis oídos, ni el trabajo atrasado me obliga a no pensar en mí, en lo que pasa, en lo que sigue pasando y no termina de pasar.
Como las vías de un tren, que presienten los vagones antes de que siquiera se acerquen, los resisten a su paso y aún cuando han terminado de cruzar por encima suyo, siguen temblando pero resistiendo. En mi caso, el tren está a mitad de paso y no termina de estar encima mío.
Pero hoy no había razón para entristecerse. En la mañana no estaba así. Ni ayer, siquiera.
Fue así, de repente, me empecé a sentir gris nublado. Puse música: rock, punk y surf, pero nada, hoy no la soporto.
Resulta que ando leyendo a Roberto Bolaño, nuevamente. Muy entretenidos sus cuentos de “Putas Asesinas”, con varias frases estupendas. Ayer pensaba en escribir en el blog sobre esas frases, pensaba que así podría actualizar el blog por una parte y por la otra escribir algo impersonal. Además, ayer no andaba ni triste ni desanimado.
Hoy, por hacer algo, volví a buscar a Bolaño en internet. Leí un textito de Juan Villoro y otro de su amigo Antoni García Porta: “Ha muerto un amigo. Para ustedes ha muerto uno de los grandes de la literatura, pero para mí se ha ido uno de los mejores amigos que he tenido. Un amigo de cafés, de tés y de cigarrillos, de ratos muertos, de silencios y de largas conversaciones, de sobreentendidos y de llamadas telefónicas”.
En realidad este último párrafo fue el que terminó de entristecerme. Ya lo había dicho antes, a Bolaño no lo conocí antes de su muerte, hace unos tres años, pero es como si sí lo hubiera conocido y como si apenas el día de hoy me hubiera enterado de su muerte y sintiera su ausencia con mucho pesar.
Tengo ganas de ir al café “La Habana”, del que tanto habla en el libro que leo. Curioso, nunca frecuente realmente ese lugar. En la secu, ya había oído hablar de él, que iban puros escritores y que era muy buen café el de ahí. En la prepa ya pude visitarlo, pero no vi realmente a nadie conocido.
El café sí era bueno, pero había puro viejito y a los 18 años no muchas amistades se sentían a gusto en un lugar así, por eso iba solo la mayoría de las veces. Me tomaba un capuchino y estaba atento de la gente que entraba y salía. No me gustaba ir por la noche, más que nada por la zona, así que llegaba entre las 5 y las 6, me quedaba una hora cuando mucho y luego me iba caminando a la colonia Roma, que sí me parecía más nocturna.
Aún ahora llego a ir a caminar a la Roma, de vez en cuando, pero a Bucareli no. Iré un día de estos, a ver qué pasa. Capaz que los viejitos ya no me parecen tan viejitos y a lo mejor ahora sí me encuentro a algún conocido. A Bolaño ya no, ni modos.
1 comentario:
Carlos: Debemos reunirnos pronto en el café La Habana y mirarnos al espejo, quizás hemos envejecido un poco. Pon fecha.
No recuerdo una frase exacta que sirva como receta para los malos ratos, pero caminar con paso corto, mirada larga y actitud desafiante, es buen traje para el peatón cotidiano.
Del traje gris de Sabina ya hablaremos, por lo pronto, déjalo colgado en el closet y ponte una camisa negra de manga corta, que signifique un medio luto de la tristeza muerta.
Un abrazo
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