Aunque nadie me lo pidió, aquí van mis muy personales comentarios con respecto al tema éste de los plagios, los premios y los cargos administrativo-culturales:
1.- Todo plagio es condenable, lo haga quien lo haga e independientemente de cuándo, dónde y cómo lo haga. Incluso si se realiza sobre aviso e incluso si se hiciere involuntariamente o sin pretensión de dolo (suponiendo que esto fuera posible).
2.- Todo premio es injusto, incluso los bien merecidos. Como en cualquier competencia, termina con unos pocos ganadores y varios más, bastantes, perdedores. Quién sabe si, realmente, pueda entregarse algún premio como resultado de la objetividad, quién sabe si -dando por hecho la objetividad de “jurados-que-son-sujetos”- pudieran existir órdenes de magnitud para calificar a los artistas y a sus obras: “x” es más poeta que “y” (medido en gramos); tiene menos novelosidad este título que este otro (revise usted la textura); el cuento “a” y el cuento “b”, como se puede apreciar, alcanzan una media de 36 grados de narratividad, debido a lo cual sus autores compartirán el premio ante este, nunca mejor dicho, empate técnico de sus creadores.
3.- Los premios de arte y cultura, contra lo que pueda suponerse, están muchas veces más emparentados con un desfile de modas o con un concurso televisivo que con la literatura, el arte o la cultura. Son competencias donde, a veces, se juega sucio, se utilizan esteroides, se toman atajos; gana “el que más algo”, pierde el que no alcanzó un puntaje, incluso el que siendo “el mejor”, el “más preparado”, el del “curriculum más extenso”, tropieza de último momento, sucumbe al viento, enferma inesperadamente; gana en cambio el de los más amigos, el de los menos enemigos, el de la reputación pública intachable, el de los vicios privados desconocidos.
4.- En términos de arte, una pieza de escultura del siglo XX americano no es equiparable a una obra musical del XIX europeo. El mercado puede pretender ponerles precio, el publico puede eventualmente someterlas a votación y democráticamente preferir una y no otra, pero aun así, ni el mercado ni la democracia son medidas adecuadas para diagnosticar el arte. Yo creo que tampoco la reputación moral, la solidez académica o la suficiencia política. Se parecen, pero son cosas distintas, esferas aparte.
5.- Todo funcionario -incluso si pertenece a una institución educativa- es, antes que nada, un empleado. Se desempeña en sus actividades como un médico en una clínica y como un vendedor en una empresa de seguros. Es su trabajo. Los hay poco, nada, bien y excelentemente calificados para su puesto; los hay quienes llegan luego de una entrevista laboral, quienes entregaron el curriculum más impresionante, quienes heredaron el puesto o quienes llegaron por recomendación. Aun así, se espera que quien ocupe el lugar vacío del organigrama en cuestión esté bien capacitado para las funciones que va a desempeñar; que tenga una experiencia previa comprobable, mejor aún si puede demostrar buenos resultados obtenidos en trabajos anteriores. Ayuda si trae un portafolios de muestra. Muchas veces es determinante su permanencia si se entiende bien con sus jefes, si es respetado por sus subordinados, si sus colegas le aprecian. Esto tampoco tiene que ver con el arte y tampoco es requisito la probidad moral de la persona. Bastaría en todo caso con su capacidad profesional, con cierta honestidad en el ámbito laboral y el más estricto apego a la legalidad y normatividad que le apliquen. Debe haber, con toda seguridad, excelentes servidores públicos que son unos sinvergüenzas con sus familias y verdaderos canallas en su afición deportiva que hacen más que redituables los servicios de la empresa en que laboran.
6.- Lamento todo lo ocurrido en días pasados con Sealtiel Alatriste. No lo conozco en el ámbito personal; le he visto (no en años recientes) en conferencias, presentaciones de libros y otros eventos culturales. Ocasionalmente le he leído y en mi ignorancia nunca he advertido los párrafos que tomó de otros. Lo poco que conozco de él me ha parecido interesante, ameno, incluso divertido; no atinaría a decir si quitándole párrafos, entrecomillándolos o agregándoles citas a pie de página, mi apreciación global sería distinta.
7.- Es posible que, de ahora en adelante, lo lea con otros ojos; es probable que me acerque a sus textos con alguna precaución indebida; a lo mejor incluso le atribuiré a alguna lectura previa el nombre de un próximo personaje, el título de un capítulo, la sentencia última de un artículo. Es incluso factible que si ese futuro texto suyo lo firmase con seudónimo baste para que yo lo lea otra vez con ingenuidad, sin estos incómodos prejuicios, y que, en suma, termine por gustarme o no gustarme más o menos en mismo grado, porque, después de todo, el texto sería el mismo.
8.- Gabriel Zaid es imposible. Cuesta trabajo imaginar cómo hace lo que hace, cómo escribe lo que escribe. Así como hay objetos de ornamento y objetos de primera necesidad, hay personalidades que son parte del paisaje y otras más sin las cuales ese paisaje no tendría movimiento. Es un bien escaso Gabriel Zaid, uno de esos bienes de los que preferiríamos tener más y no menos. A menudo nos abre los ojos, se toma la molestia de ahondar donde los demás no, ve las fisuras en los muros altos, convierte a sus lectores en el Dr. Watson del detective Holmes. “Elemental”, “la pista siempre estuvo allí”, parece decirnos en sus artículos. Celebro que Gabriel Zaid haga evidente todo plagio que sea capaz de detectar y –qué le voy a hacer- le creo incluso sin haberlo verificado yo mismo. Zaid sabe, como pocos, argumentar; en el arte marcial del ensayo es un cinta negra con la más amplia experiencia.
9.- A Sealtiel Alatriste se le acusa de plagio, luego de obtener el Premio Xavier Villaurrutia. Deshonra al premio, le recriminan. Según los “no-jurados” del mismo, la distinción se devalúa porque se la dieron a él -¿y no a quién?, por cierto-. Debería renunciar, le exigen (al premio y… ¡a su trabajo!, ya que andamos en esas).
10.- Percibo a sus detractores más molestos por el hecho de que le dieron el premio que por su inclinación a usar textos ajenos. Se presenta como un solo discurso pero, yo creo, son cosas aparte. Si su método de escritura es el plagio, la pena debería ser tener menos lectores o lectores más críticos, es más: editores más críticos, editoriales más exigentes, medios de comunicación menos ingenuos. Pero cuando cambie de método, que se le reconozca; cuando un texto suyo esté bien escrito –y escrito con sus propias palabras- tendríamos que ser consecuentes y restaurar el mérito que hoy le estamos cuestionando a su obra toda, a su trabajo todo, a su persona toda.
11.- Ahora bien, si el oprobio obedece a haberle dado el premio, ¿el delito no debería recaer en el jurado?: o el árbitro estaba vendido o resultó incompetente. Esta acusación, por cierto no explícita, a mí me parece más grave que señalar con el dedo a un plagiario. Copiar en las tareas es indigno, comprar una calificación (y venderla) es ilegal. Si dentro de las bases del premio, y en el entender del jurado, no se contraviene ningún precepto con otorgárselo a Sealtiel Alatriste, me parece que él tiene derecho a conservarlo. Posiblemente muchos otros escritores lo merezcan más, seguramente yo le hubiera dado mi voto a algún otro si hubiera formado parte del jurado; pero no fue así. Ceder a la presión pública para retirarle el premio equivale para mí a dárselo a algún otro escritor con mayor rating –y quién sabe si con mayor mérito-: “Sealtiel Alatriste, estás nominado; las reglas cambian y en el juego del Big-Brother tus compañeros ya no te quieren en la casa. Todo lo demás no importa, en Twitter ya se votó, el público ya llamó”.
12.- Cuando era estudiante, siempre me cayeron mal los que copiaban en los exámenes, los que le pedían a uno la tarea para presentarla ellos después. Imagino que así ven a Sealtiel Alatriste sus colegas escritores. Debo confesar que así veo, desde lejos, este asunto del plagio de los últimos días: casi como un pleito escolar -aunque entiendo la magnitud del asunto-. Es grave lo que ha ocurrido sobre este tema, un lamentable juego de suma cero. No veo triunfo ni justicia algunos para la Literatura mexicana, para la burocracia cultural del país, para el arte puro, ni para la gente bien, con la declinación al Premio Xavier Villaurrutia por parte de Sealtiel Alatriste, ni con su renuncia a su cargo en la UNAM. Ojalá en lo sucesivo las oficinas de Difusión Cultural tengan un titular más capaz, ojalá el premio se otorgue con mayor pluralidad, transparencia y legitimidad. Nada de esto, sin embargo, tiene que ver con que Sealtiel Alatriste tome párrafos prestados y no nos avise (incluso si nueve de cada diez personas opinasen lo contrario).
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