miércoles, agosto 30, 2006

Teresa

Lo siguiente es un texto de hace como tres años. Lo encontré en una libreta de entonces y en estos días lo pasé en limpio en Word. Desde entonces pensé subirlo, pero se me olvidó o no tuve tiempo.
Nada, que ya lo superé, pero al releerlo me acordé de esos días con una sonrisa.
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Teresa

I
¿Cómo me siento? Como si estuviera en una isla, como si hubiera naufragado y en estos momentos me encontrara en la playa, a la orilla, con mucho frío y dolor de cabeza; con la ropa mojada, sin zapatos, sin ninguna pertenencia.

No tengo claro si amanece o anochece, pero a mi alrededor todo parece tranquilo. Y sin embargo no me siento a gusto. Se supone que me salvé de un naufragio y que llegué a lugar seguro, que no hay tormentas ni riesgo de morir ahogado en medio del mar.

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Ahora siento dolor y ya no quiero continuar la metáfora de la isla. Ahora me siento como en el fondo de una caverna. No hay mucha luz y es difícil saber si el camino, o mejor dicho los caminos, llevan a la salida o hacia un lugar más profundo de la cueva.

Cada paso es una decisión y cada bifurcación una alternativa, no necesariamente la mejor. De todas formas no hay manera de saberlo, no queda sino seguir caminando y tratar de no pensar en lo que pudo haber en los otros caminos. A lo lejos se ve una luz, pero bajo tierra también pueden existir los espejismos.

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No he dormido y quién sabe cuándo vuelva a hacerlo; pero no hace falta, excepto porque me siento cansado. En la soledad, pensar es casi como soñar, o más peligroso inclusive. Primero parece como si todo estuviera más claro, hasta que te das cuenta de que no es así, de que todo es confuso, de que las reglas del juego no se respetan o en todo caso no te favorecen.

El cansancio que tengo es físico, pero por el desvelo y por no saber dónde me encuentro mis sentidos permanecen en estado de alerta. Mi mente se acelera, piensa mucho, muchas veces, tantas cosas, demasiado. Gira como si le pagaran horas extra, a destajo maquila pensamientos, los cose como pedazos de tela.

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En dos semanas un naufragio, un encierro en la cueva, unas cuantas horas de descanso y el cerebro a todo vapor.

II
Extraño a Tere. En dos semanas descubrí que pienso mucho en ella. Ahora no la voy a ver y cada vez irá desapareciendo su huella. Lo doloroso es que apenas me di cuenta, que me di cuenta en el momento en que el barco zarpaba. Tal vez no es así. Tal vez lo doloroso es que el barco zarpa y que no hubo un amor en ese puerto, que hace tantos puertos no hay un amor. A lo mejor es eso, que Tere era lo que más se acercaba a inspirarme un enamoramiento y ahora que no tengo de quién despedirme quisiera imaginarme que de ella lo pude haber hecho.

De todas formas, el resultado es el mismo. El dolor existe, ya está y algo lo provoca. Si ya estaba enamorado de Tere, qué estúpido es darme cuenta hasta ahora. Si no lo estaba, qué triste es saber que hoy considero esa posibilidad, justo cuando el barco zarpó.

Por lo pronto, también es un hecho que la extraño. Bueno, yo suelo extrañar con mucha facilidad, ese sentimiento es moneda de uso corriente para mí. La extraño tanto, como subir las escaleras hasta el quinto piso o como leer el periódico a las 9 de la mañana. Extraño la música que me compartía, saber que estaba en el asiento de al lado, los dulces que me guardaba. Extraño y siempre me va a hacer falta platicar como lo hacía con ella, su plática inteligente -¿quién en estos tiempos tiene opiniones propias y no máscaras de pretensiones eruditas?-.

Tere es auténtica y de eso sí me di cuenta muy pronto. Me atrevía a hablar con ella, porque creo que me entendía, y estaba dispuesto a escucharla porque aprendía de su forma de ver las cosas. Me fastidian los repetidores, los que están a la moda hasta en sus temas de conversación. Con ella podía platicar de lo que nunca estará a la moda.

Realmente no fuimos ni amigos. Creo que le caía bien, tal vez le parecía un bicho raro. Así somos algunos: a fuerza de no ser comunes, damos curiosidad. Pero la amistad requiere confianza, tiempos, que los hubo pero en un sentido limitado. Eso fue entendible, por las circunstancias. De hecho, la incipiente amistad surgió casi a contracorriente. En lo que a mí respecta, sí tenía intenciones de ser su amigo. Algo logré y me siento satisfecho. Al menos en ese tema me salen mejor las cosas.

Pero presiento que ya todo acabó, que lo que hubo fue todo y que no habrá nada más, ni chocolates, ni música pensada para mí, ni nada que se le parezca; esas cosas que no dicen nada, pero que para mí significan mucho. Eso es todo lo que me queda, pero ni siquiera eso me queda.

Fénix 36

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